Ayer leí en el periódico Metro, una columna de Hadjar Benmiloud sobre la vida virtual, que me pareció especialmente interesante y un claro reflejo de la vida actual.
Aquí cito, traducidos, algunos fragmentos:
"La semana pasada fue mi cumpleaños, e innumerables personas me felicitaron en Facebook. Sólo había cinco personas que conocía en la realidad, y los demás de internet. Entre los que me felicitaron se encontraba una colega que seguro reconocería al verla, debido a su presencia en programas de televisión. Pero eso no fue mutuo. Unas horas después me la encontré, y le dije efusivamente "hola!". Ni me reconoció...".
"Cuando estoy sentada en el sofá y casi me faltan dedos para contestar a todos los mensajes del chat, twitter e emails, no me encuentro sola. Pero eso es una ilusión. Las amistades en otra parte del mundo resultan fáciles cuando sólo son digitales, pero he olvidado el nombre de la vecina porque no tiene Facebook".
"Y qué pasa con las personas que considero 'auténticos amigos'? A dos o tres amigos los veo cada semana, con el resto hablo sobretodo via Skype. Estas conversaciones van más o menos así: primero nos saludamos y preguntamos -tal como se espera- como va todo, luego sigue un monólogo sobre nosotros mismos, y terminamos con la promesa mutua de tomar café juntos alguna vez. Cosa que nunca sucede. Y si es así, no tenemos nada que decirnos, nos despedimos y prometemos conversar por chat muy pronto. Así que acabo de nuevo sola en el sofá, con un I-Phone en una mano, y un laptop en la otra".
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Seguro que todo nos resulta muy familiar pero, al mismo tiempo, da que pensar. Para mí, algo está claro. Hay que intentar que los amigos virtuales que realmente me interesan se conviertan en reales. Sólo así tenemos posibilidades de sobrevivir.
... No tengo Facebook, luego no existo.