Me gustan los trenes. Cada año en enero, disfruto una semana entera de ese viaje, prontito por la mañana. Me gusta el aire fresco en el andén, esperar cuando muchos aún duermen. Ver salir lentamente el sol, la maravillosa luz, la tranquilidad en el cupé. Algunos pasajeros leen relajados el periódico, otros se toman un café que han comprado en la estación. Casi nadie habla. Otros miran por la ventanilla.
Me gusta ver pasar rápido el paisaje, como en una película. Esos campos infinitos, el inmenso cielo, los árboles colocados ordenadamente en fila, los campanarios de las iglesias, los ríos y canales.
Al llegar a su destino, parece que la gente se despierte de un mundo de ensueño. Poco a poco se alzan las voces, algunos se levantan de sus asientos y se dirigen a la puerta. En la estación, el andén empieza a estar lleno de vida. Las escaleras mecánicas se van llenando de pasajeros que se afanan por llegar a su destino. Comienza un nuevo día.