En la galería de fotos, un amigo comentaba que el 2011 envejeció con suma rapidez. Al leerlo, al momento me vino a la memoria el libro "Por qué el tiempo pasa más rapido cuando nos hacemos mayores", del psicólogo holandés Douwe Draaisma. Un tema fascinante!
La mayoría de las experiencias nuevas tienen lugar en la niñez, la adolescencia, y la juventud. Es un período en el que aprendemos infinidad de cosas nuevas. Por eso parece que el tiempo sea más largo y tenga más sentido. No percibimos el paso del tiempo como una representación exacta de la realidad, como en los relojes. Cuando la experiencia es nueva, el cerebro gasta más energía porque se registran más detalles. La monotonía en los recuerdos nos lleva a una rutina automática de la que ni nos damos cuenta, los días y las semanas desaparecen. Según Draaisma, el tiempo psicológico transcurre en un reloj interno, y los recuerdos fabricados por la memoria determinan la duración y el ritmo del tiempo.
El truco para alargar el tiempo, o al menos esta sensación, es realizar actividades distintas cada día. Salirse de la rutina, variar, aprender cosas nuevas. O emprender un viaje lleno de nuevas experiencias.
Hasta aquí, todo está claro como el agua. Cuando lo releo, siempre pienso que tengo que ponerlo en práctica más a menudo. Pero cuando salgo cansada del trabajo, he visto a cientos de personas, ruido, y he andado en el metro a tope de gente... entonces sólo me apetece tumbarme en el sofá y que me dejen en paz! Nada de actividades nuevas y refrescantes.
Ahora que empieza el nuevo año, voy a intentarlo de nuevo: cambiar la rutina diaria, aunque sea un mínimo. Cada día aprender algo nuevo, otros estímulos y actividades, estar abierta a otras personas. Traspasar fronteras.
Y, sobretodo, no preocuparme demasiado del futuro. Pues, como ves, el pasado se olvida rápidamente. El libro que rescaté de mi librería descansa ahora en mi mesita de noche. Para que me acompañe y a menudo me recuerde que el tiempo es especialmente valioso.
Y se pasa tan rápido... como un suspiro.