No, no fue aquella noche
una noche cualquiera en Barcelona.
El aliento dolía, las campanas
replicaron alegres al dar la medianoche,
todo estaba
lleno de flores y papeles rojos.
Las voces, el sonido
de la zambomba oscura,
el agrio golpe de la pandereta
y mil ruidos distintos desbordando
todas las calles. Lo recuerdas, Rosa?
Anduvimos perdidos
entre el humo y la luz del barrio viejo,
nos metimos alegres
en los bares de plástico y cañizo
bebiendo aquí y allí. Mi mujer
parecía una niña
asustada. Carlos e Ivonne
estaban con nosotros.
No recuerdo la hora, pero sé
que alta la noche ya,
en la calle San Pablo, cerca
de la explanada en ruinas
en donde venden churros
y hay tiro al blanco y puestos de castañas,
vimos llegar a un grupo
de gente que cantaba aquella copla
del mira cómo beben
los peces en el río, entonces,
coreando la canción, fuimos con ellos
hasta una tabernucha. Había pocas
mesas vacías y las viejas putas
que tenían parada en aquél sitio,
bebían y bailaban.
Se escuchaba
detrás de nuestras voces
el tumulto en la calle.
Una extraña alegría
con deje de amargura
se me pegó a la lengua. Tú mirabas,
despeinada y absorta, por todos
los rincones, preguntabas,
y entre copa y canción, eran tus ojos
dos llamas diminutas
brillando con fulgor apasionado.
Cuánto tiempo duró, quién invitaba,
qué hicimos al salir? Sólo os recuerdo
a tí y a las mujeres
temblando en los abrigos, caminando
delante de nosotros
hacía las ramblas, que eran,
ya con la luz del alba,
un río humano de bullício y fiesta.