Hoy me levanté intranquila. Es el 18 de diciembre, el día que murió mi madre, hará ocho años. Para quitarme esta sensación de encima y coger energía decidí, como cada domingo, irme a correr. A lo largo de los años ya se ha convertido en algo rutinario y nunca resulta aburrido, aunque no le dedico mucho tiempo. El suficiente para vaciar la mente, disfrutar del paisaje, los cambios de las estaciones, y relajarme. Lo primero que hago es mirar al cielo. Esta mañana estaba cubierto por un tapiz de nubes amenazantes, y las previsiones no eran nada buenas. Lluvia, granizo e, incluso, nieve. A pesar de todo, decidí salir. Imaginé que quizás podría hacerme un pasadizo entre las nubes, como Moisés con su varita mágica separando las aguas.
El césped se veía de un verde brillante, debido a la intensa luz. Claroscuros casi irreales y de fuertes contrastes llenaban el paisaje. Nubes lilas, gris oscuro y blancas formaban dibujos surrealistas, y las casitas en la lejanía parecían de juguete. Un cisne posado en el campo aleteaba con fuertes aspavientos, como si en ello se le fuera la vida.
Tuve suerte. No cayó ni una gota y las nubes se alejaron durante un espacio de tiempo como por arte de magia. Al vover a casa me tomé un café muy caliente.Volví relajada y llena de tranquilidad, y con la sensación de: "todo está bien así", recordando los buenos momentos. Cada uno vive esas duras experiencias a su manera. Cuando la semana pasada visité a mi padre en la residencia, vi que llevaba un reloj que me resultaba muy familiar. Un reloj dorado, elegante, de cadena ancha. Era el reloj de mi madre. Pero se había parado...tal como su mente también se ha quedado estancada en este mundo de los recuerdos.
En aquellos días difíciles escribí este poema. Cuando lo leo, sigue entrándome un escalofrío y revivo aquellos momentos que cambiaron mi vida. Es importante recordar.
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La muerte ronda sigilosa
vestida con su túnica transparente
un intenso olor a medicamentos flota en el aire
en el pasillo, brillan las luces frías
de los fluorescentes
las puertas de las habitaciones abiertas
el suave murmullo de las visitas se aleja...
Es como el juego de la vida,
uno gana y vuelve a casa.
Otro pierde.
Sólo a una manzana,
junto a la Sagrada Familia
los turistas, ajenos a todo
sacan fotos, posan y sonríen,
en el Paseo Gaudí, los papagayos
de colores
chapurrean animadamente
juegan y se divierten
bajo el cálido sol de diciembre.
Un olor penetrante me persigue
en la calle, en las tiendas, en el metro
entre las masas de gente
sueño con la vida, con mis años infantiles
pero me persigue la muerte.
Me encuentro con ella cara a cara
en el concurrido bar de enfrente
Suena el teléfono: "ya terminó",
me dicen.
Una sensación glacial me invade
mi cuerpo petrificado, no puedo moverme
todo sucede a cámara lenta
no hay pasado ni futuro, sólo presente.
Preparo la bolsa de lona con su mejor traje
los zapatos negros, bien lustrosos,
saco el DNI y las fotos de sus nietos
de su monedero rojo.
En este juego de la vida no hubo suerte.
Ganó la Muerte.
"La Clínica de la Cruz Roja", Rosa 2004