La noche representa la aventura. La noche es el mejor momento para cualquier clase de placer o trasgresión. La noche, sin embargo, puede cumplir también otra función liberadora, una función que se revela aún más importante a medida que van pasando los años.
Durante la noche se suspende el juicio de los que duermen. El mundo, en general, descansa de sus afanes, de sus trifulcas, incluso de sus esperanzas (es decir: en ella no estamos obligados a hacer nada). Durante la noche entra en vigor una especie de inmensa tregua que alcanza proporciones metafísicas. Si uno está despierto, tiene a su disposición una transitoria pero intensa sensación de libertad. Hay algo ingrávido en impune en la noche. Nos sentimos protegidos de nuestros enemigos pero también de la presencia de aquellos que nos quieren. Estamos a salvo del teléfono. Desistimos de esa representación de nosotros mismos que sobrellevamos penosamente a lo largo del día. Esa noche íntima, secreta, ajena a la aventura, puede degustarse en casa, arrrullados por el silencio, protegidos por el apremio del universo, leyendo o escribiendo, realizando trabajos manuales u ordenando el escritorio, fumando, cortándonos las uñas, arreglando un transistor.
Sólo la gente sin imaginación renuncia a la noche. Sólo ellos duermen.
Pedro Ugarte, "Materiales para una expedición"